César IV

 

49 AC.- Presentó César su candidatura para el consulado a sabiendas de los intereses que en contra suya se le oponían: Los optimates, que dominaban el senado y que veían en peligro sus intereses, pues César representaba la “democracia” y la igualdad, el reparto de tierras y la ciudadanía para todos los que habían luchado con él y a favor de Roma, pusieron  a su candidatura condiciones inaceptables para un general triunfante e inmensamente popular.

La guerra civil era inminente.

Por un momento César dudó. Caviló en la margen del Rubicón sobre el paso que iba a dar: no podía cruzar ese arroyo, pues se lo prohibían las leyes, pues cruzarlo en armas era romper las instituciones. Pero su duda fue solo momentánea. Plutarco dice que fue en griego que dio la orden a sus tropas: “La suerte está echada” refiere que exclamó, otros historiadores citan la frase en latín: “Alea iacta est”; lo cierto es que cruzó el Rubicón y la guerra estalló.

Pompeyo, que se había jactado de hacer surgir tropas con solo dar un golpe de pié en el suelo, huyó y lo siguieron los “republicanos”, los hombres del orden, los ricos. Estableció su cuartel en Farsalia y allí esperó a César.

En unos cuantos días César llegó a Roma que estaba indefensa y la tomó. No se había derramado “una sola gota de sangre”. Se había hecho de la capital, pero atrás, en la Galia y en España quedaban enemigos poderosos.

Mientras Pompeyo sintiéndose joven  ejercitaba a sus tropas formadas por caballeros romanos, como en un torneo; César como un rayo, se volvió hacia España. Le tomó solo diecisiete días llegar y derrotar a los seguidores de Pompeyo. Su retaguardia quedaba segura y el estaba listo para enfrentarse al ejército de los “buenos”, que sumaba 45,000 hombres. (Según Lucano, entre combatientes, esclavos y servidores, tomaron parte en la batalla 300,000 hombres)

                

Corría el año 48 AC, en agosto, cuando los hombres más poderosos del mundo se enfrentaron. César contaba con 25,000 veteranos, fieles y muy aguerridos. Su flanco izquierdo lo comandaba Marco Antonio, que tenía enfrente a Pompeyo y César el flanco derecho al mando de la legendaria décima legión; había dado la orden: “Apuntad las lanzas contra las caras de los caballeros, pues esos señoritos  no van a resistir la vista del hierro”. Estratega genial, puso en reserva, ocultos detrás de un altozano a seis cohortes. Su caballería formaba el frente, y constaba de unos dos mil jinetes. Cuando los jóvenes romanos de Pompeyo se lanzaron al ataque, César dio la orden de replegarse a la caballería y de salir a los tres mil veteranos ocultos con las lanzas apuntando “a los ojos”. Al ver los jóvenes patricios a las cohortes veteranas apuntando sus pesadas lanzas hacia sus bien cuidados rostros, dieron la vuelta y huyeron en desbandada, ignominiosamente, “tapándose la cara”. Irrumpió  entonces la caballería de César, los envolvió y los persiguió. La derrota fue contundente.

 

(Refieren los historiadores que al inicio de la batalla, César, que conocía por sus nombres a todos sus centuriones se dirigió a uno de ellos y le preguntó “¿Qué ves para esta jornada Crastino?” y Crastino con el brazo tendido hacia su general: “vencerás gloriosamente imperátor” le respondió y se lanzó el primero hacia los contrarios. También fue el primero en morir, atravesado por una espada enemiga)

  

Al conocer la derrota, Pompeyo quedó abatido, sin habla: después de  treinta y cuatro años de triunfos ahora probaba el ser vencido y huir.

Dejemos relatar a Plutarco lo que siguió: “Cuando Pompeyo vio la polvareda y conjeturó lo que sucedió… semejaba un hombre fuera de sí y enteramente alelado, sin acordarse de que era Pompeyo Magno, sin hablar una palabra, paso a paso se encaminó al campamento en términos de venirle muy acomodados estos versos de Homero:

En Ayax, Jove, desde su alto asiento,

tal terror infundió, que helado, absorto,

echó a la espalda el reforzado escudo,

y atrás volvió, mirando a todas partes (Ilíada, canto IX)

 

(Algunos romanos y griegos prominentes, que se hallaban presentes pero no tomaron parte en la batalla, meditaban cómo por la codicia y la ambición; armas del mismo origen, ejércitos entre sí hermanos, iban a chocar consigo mismos, demostrando cuán ciega y loca es la condición humana dominada por sus pasiones.)

 

C O N T I N U A C I Ó N

 

¿Por qué escribir sobre César?

Hay pocos hombres que han influido decisivamente sobre el desarrollo de la humanidad y uno de los principales fue Cayo Julio César: de su nombre derivan káiser, zar y de su tiempo y de él, se conocen datos precisos, fechas, frases y hasta se tiene la impresión de estar hablando de nuestra época, ¡tan moderno era su modo de pensar! Tenía una idea de “los dioses” y de los hombres que aún ahora se la ve clara y actual. Aunque por sus guerras y batallas murieron miles, Dante no se atreve a ponerlo en el Infierno, pues debe considerar más valiosos sus hechos positivos que los negativos.

Pero este ensayo se ha alargado mucho, así que con lo que sigue, démosle fin.

 

César V y último

 

Al término de esta batalla, César se sabía el dueño del imperio que entonces era decir del mundo conocido. Lo que queda por narrar no es mucho, tres victorias sobre los mismos romanos, el episodio de sus amores con Cleopatra y su muerte trágica.

Pompeyo huyó hacia Egipto y hacia allá lo persiguió César. Al llegar aquel a Alejandría, fue traicionado y muerto por los gobernantes egipcios, quienes lo degollaron y para congraciarse con el vencedor le presentaron la cabeza sangrante del que fuera uno de los más grandes generales romanos. Se dice, y es creíble, que al verla, César lloró. Digo que es creíble, porque antes de la batalla César le había propuesto a Pompeyo que se reunieran a conferenciar, para que llegaran a un acuerdo por el bien del pueblo romano, pues eso evitaría la muerte de muchos compatriotas, pero Pompeyo, lleno de orgullo y confianza, se rehusó.

Como se cuenta la presentación de Cleopatra ante César, parece cosa de leyenda, pero la mayoría cree que así fue:

Recibió a César en el palacio real el rey Tolomeo XIV, hermano menor de Cleopatra y quizá usurpador del trono. Contaba con doce años de edad y estaba dominado por su “primer ministro” el eunuco Potino, quienes entrambos tenían desterrada a Cleopatra porque así convenía a sus intereses. Contaban con el apoyo del ejército egipcio que era fuerte en unos 25,000 hombres, mandados por generales romanos y griegos. César se había apoderado de Alejandría con solo una legión su fama y su “fortuna”

(Unos meses antes, le había dicho a un barquero en Dirraquio ante el peligro de que la barca que los conducía zozobrara: “No te apures buen hombre, llevas a César  y a su buena suerte”)

Aposentado en el palacio real, descansaba César ya un poco tarde, cuando uno de sus generales le avisó que le traían un regalo de la reina desterrada: Era una alfombra valiosísima y quería desplegársela a él personalmente, el emisario portador del obsequio. Aceptó César; pusieron la alfombra en el piso y fueron desenrollándola, de ella salió Cleopatra deslumbrante de juventud y belleza. César no podía creer lo que veía: la audacia y la belleza de la mujer lo cautivaron.

Entonces y por única vez, César cedió ante el amor: Tenía 54 años y Cleopatra 19, “era una mocita” dice Plutarco.

Decidió instalarla en el trono de Egipto e inclusive la casó con el hermano, que a instancias de Potino se fugó y trajo tras de sí al ejército egipcio. César tuvo que enfrentar a 25,000 hombres con sólo 5,000; se peleó encarnizadamente calle por calle y desgraciadamente en esa lucha se incendió la gran biblioteca de Alejandría, la mayor y más rica del mundo, perdiéndose muchos libros y escritos valiosísimos.

Finalmente y con la llegada de cuatro legiones romanas que venían siguiendo a César, éste, conservó la ciudad. Tolomeo XIV quedó muerto en el campo de batalla.

Como dijimos, subyugado por la juventud, belleza, simpatía y talento de la jovencísima Cleopatra, que además del griego hablaba el egipcio, el latín y otros idiomas, César se abandonó durante seis meses al amor: seguido de algunas naves bien provistas, navegaron por el Nilo olvidados de todo. De esos amores engendró un hijo en la joven reina y aunque algunos ponen en duda su paternidad, al niño lo llamaron Cesarión.

Pero al amo del mundo le quedaban algunos enemigos, seguidores de Pompeyo, por eliminar. Vuelto a la realidad se enfrentó a Farnaces, al que derrotó con mucha facilidad; es célebre la frase con la que informó a un amigo de esa victoria: “Veni, vidi, vici” (Fui, vi y vencí)

Su gran enemigo político, Catón el joven, quedaba en pie de guerra en África, así que César fue tras el y derrotó a su ejército en Tapso. Se sabe que al desembarcar sufrió un ataque epiléptico, pues cayó de bruces, lo que sus tropas lo tomaron como un mal agüero, pero el héroe, rehaciéndose rápidamente (algo inaudito), cogió la tierra y apretándola con las manos, como abrazándola, dijo: “África ya te tengo” trocando en bueno el augurio. Catón, que estaba en Útica al saber la derrota, se suicidó hundiéndose una espada en el vientre, pero no murió de inmediato y sus servidores lucharon por salvarlo, pero al recobrar el conocimiento el gran republicano, lleno de coraje se abrió la herida con sus propias manos y expiró. Por tal motivo se le conoce como Catón de Útica.

Cicerón alabando sus innegables valores escribió un panegírico al que César refutó con otro, desgraciadamente perdido, al que llamó Anticatón.

Los últimos enemigos a vencer eran los hijos de Pompeyo que amenazaba con un fuerte contingente armado en España, baluarte desde hacía años de los pompeyanos. Contra ellos se lanzó César y los venció en Munda en una encarnizada batalla, donde, según él mismo dice: “en muchas batallas luché por la victoria, pero en Munda luché por mi vida”

Vuelto a Roma, celebró clamorosamente sus triunfos, inició sus reformas políticas y administrativas; quiso reunir a los grandes pensadores y filósofos: a Bruto el joven (de quien dijimos que consideraba ser su hijo), a Cicerón, a Casio y otros, pero no logró persuadirlos y aunque aceptaron los cargos que les dio, esos republicanos aristócratas, queriendo revivir un estado de cosas inoperante ya para entonces, conspiraron contra él.

Querer describir lo que quería hacer César, es como hilar en el aire: un escritor moderno dice que estaba convencido que un gobierno con un ejecutivo fuerte, pero bajo la sanción de un consejo también fuerte era lo que creía conveniente, tal como los reyes espartanos bajo los éforos o como los actuales presidentes demócratas contenidos por los parlamentos ¿Quién puede saber?, lo cierto es que sus enemigos acabaron con su vida tal como el quería: “rápida e inesperadamente”. Era el 15 de marzo del año 44 AC: los fatídicos idus de marzo.

Para terminar citemos a Suetonio:  

“En cuanto se sentó, lo rodearon los conspiradores con pretexto de saludarle y Tulio Cimber, que se había encargado de comenzar, se acercó como para hacerle un ruego. Como César, con un ademán, tratase de mantenerlo a distancia, Cimber lo asió de la toga con ambas manos y aquel exclamó: “esto es violencia” y entonces uno de los Casca, que estaba de pié a su espalda le hundió la daga un poco por debajo de la garganta. César le cogió el brazo y le clavó su cálamo, pero cuando trató de incorporarse fue detenido por otra puñalada. Al verse rodeado de puñales por todas partes se envolvió la cabeza en la toga, recogiendo al mismo tiempo los pliegues con la mano izquierda alrededor de sus pies para que la parte inferior de su cuerpo quedase decorosamente cubierta en su caída.

Así lo apuñalaron veintitrés veces. El no pronunció palabra y solo se le oyó gemir ante el primer golpe, aunque algunos sostienen que viendo avanzar contra el a  Marco Bruto, exclamó en griego: “Tu también hijo mío”

Cuando le vieron muerto, huyeron todos, quedando por algún tiempo tendido en el suelo.

Por último tres esclavos le metieron en una litera y lo transportaron a su casa, con un brazo pendiente a uno de los lados.

Antiscio, el médico, declaró que de todas las heridas solamente la segunda, en el pecho, habría resultado mortal”  

 

F I N