Sueños y Ensueños II

CONTINUACIÓN

Nov.30 Se dio la vuelta y empezó a alejarse por un sendero bordeado de árboles y arbustos e iluminado por una especie de reflectores que se encontraban por arriba y detrás de los árboles, la luz parecía venir de muy alto, se colaba a través del follaje y daba a la escena un aspecto fantástico, igual que en las películas. Iba inquieto, como si algo faltara. Volteó y se regresó; ella seguía en el mismo lugar, parecía esperarlo. Se acercó y con timidez le preguntó si iba a ir a la fiesta del sábado de gloria, ella le dijo que sí iría y quedaron de verse allí.

Lo que sigue, me dijo mi amigo, está un poco deshilvanado y a lo mejor ininteligible, pero, si no te importa continuaré relatándote estos recuerdos ¿o serán sueños?

Adelante, lo animé y prosiguió:

“Llegó el sábado de gloria y el joven, bien arreglado y con ansiedad entró a la sala donde se daba la reunión. Paseó la mirada por el contorno, pero no la vio: la hermosa no estaba en la fiesta. Fue a sentarse al fondo a esperarla; con inquietud e insistencia miraba hacia la puerta, pero pasaba el tiempo y “su amor” no llegaba. Estaba por retirarse desilusionado, cuando vio que entraba al salón una muchacha alta, esbelta y muy guapa; iba sola y se desenvolvía con mucho aplomo, pero sin altanería. La joven atravesó la sala y se sentó cerca de el. Por un momento sus miradas se cruzaron y el percibió o creyó percibir una especie de saludo de parte de ella, mas, aunque muy atraído por el porte y belleza de la recién llegada, fingió un desinterés que no sentía y siguió anclado a su silla, intrigado. Algo en su interior le decía que la conocía de antes.

Algunas parejas ya bailaban, incluso la “desconocida” había bailado unas dos veces con diferente pareja cada vez, pero nuestro personaje permanecía taciturno en su asiento. Sin embargo y aun con ese estado de ánimo tristón, no podía evitar lanzarle miradas de soslayo a la muchacha. ¡Tan llamativa era!

La chica era muy joven, quizá no llegaba a los 17 años, pero por su aspecto parecía mayor
: esbelta, bien proporcionada, de piel apiñonada, nariz recta y fina y ojos grandes café claro, el cabello de color castaño oscuro lo tenía un poco ondulado. Llevaba un vestido gris perla muy ajustado y elástico que más que cubrir resaltaba su cuerpo juvenil y airoso. Toda su figura respiraba sensualidad y gracia naturales, sin ninguna afectación.

Al principio no se animaba a hablarle, pero después se acercó a saludarla y a invitarla a bailar; ella, para su sorpresa, aceptó de muy buena gana. Bailaron durante toda la fiesta
(su cintura era tan delgada que su brazo la abarcaba casi completamente), platicaron animadamente de cosas triviales y ¡claro que la conocía! pero como la había visto de niña y ahora se había convertido en una mujercita encantadora, pues no la recordó de inmediato. Al terminar la fiesta y ya con el talante alegre por la jovialidad y sencillez de “Gloria” (así la llamaremos), hicieron el compromiso de frecuentarse para conocerse mejor.

Durante dos o tres semanas se vieron ya en el jardín del pueblo, ya en casa de ella, pero conforme pasaba el tiempo, se dio cuenta que aquella relación no podía durar, la diferencia de edades se hacía patente, pues aunque el tenía solamente 23 años, las conversaciones se dificultaban, el se apenaba de que los vieran juntos, en fin, aquello era imposible, ella era solo una niña, muy hermosa sí, pero una niña y el ya era un hombre. Poco a poco se fue alejando, hasta que aquel flirt se desvaneció. “Gloria” nunca se lo perdonó, pero el, durante mucho tiempo, guardó un recuerdo muy grato. Con placer rememoraba, idealizándolo, su talle gentil, su candor”

(Muchos años después recordaba aquel sábado de gloria. Qué claro y con qué nostalgia se le aparecía en la memoria: a las once de la mañana ya se había “abierto la gloria”, las campanas atronaban el ámbito, alegres, metálicas; los “judas” estallaban en las esquinas.. y a eso de la una de la tarde se dejaban oír las orquestas pueblerinas que llevaban las mañanitas a las Glorias y anunciaban la fiesta inminente.. Emocionado, le vinieron a la memoria los versos de una romanza que cita Turgueniev:

Como aguas de primavera
que raudas corren
son los años felices de juventud
años de esperanzas y de ilusiones
¡días de placer!..)

Conforme se diluía aquel episodio, una sensación molesta, de remordimiento, lo invadía. Vino a su mente su amor ideal: la mujer de la ventana, la de sus sueños.

¡El sueño, claro, fue en un sueño!, por eso no había asistido a la fiesta la bella de la cabellera larga. La cita la había concertado él en su sueño; ¡ella nunca supo de la fiesta ni de la cita! Sin embargo, en su fuero interno, el la había traicionado y eso hacía que se sintiese mal, vil. ¿Pero quién era ella? ¿Por qué ya no lo visitaba ni en sus sueños?

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