César III
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l término de su consulado en el
año 59 AC, se nombró a César procónsul de la Galia a la que se dirigió para
gobernarla y terminar de pacificarla. Libró innumerables batallas y contuvo a
los germanos al otro lado del Rin.
Para darse una idea del influjo
que su personalidad infundía en su tropa relatemos el siguiente episodio: Se le
habían unido muchos caballeros galos y romanos con la esperanza de tener parte
en las victorias y por supuesto en los botines. Cuando vieron a los germanos; a
aquellos gigantes rubios y fornidos que los miraban de arriba abajo, con mirada
fiera, pues eran mucho más altos que ellos, los romanos no pensaron si no en
huir, y su miedo se contagió a todo el ejército.
César los reunió y resumidamente les
dijo: “No temáis y dejad todo en manos de su general, que
sabe muy bien lo que hace. Recordad que ya el gran Mario los venció y que yo no
soy menor que él” Y luego, imperiosamente:
“Pero tal parece que de manera insolente pretendéis darme lecciones y decirme
como dirigir la guerra, así que los que queráis iros, idos en buena hora, que
yo, con la sola décima legión tengo para contener a los enemigos”. Los romanos viendo
a su general tan enérgico y seguro, se calmaron, le pidieron perdón y le
entregaron toda su confianza, siendo los primeros los de la legión décima.
Lo que sigue fue que se entrevistó con Ariovisto, el rey de la
confederación de pueblos germanos, pero al no haber entendimiento, César lo
persiguió matándole muchos miles de hombres. Tenía Ariovisto dos esposas
y en esta batalla una murió y otra fue tomada prisionera. A duras penas pudo el
rey germano salvar la vida.
Los alemanes se abstuvieron de
guerrear contra César, manteniéndose, como dijimos, al otro lado del Rin.
Muchos pueblos galos se
sometieron a Roma, pero muchos otros lo hicieron solo después de muchos años de
guerra. César invadió la Gran Bretaña en dos ocasiones, pero no se sostuvo allí
porque consideró que era un país poblado de tribus muy primitivas e
ingobernables.
En el año 52 AC, sitió al
ejército galo que se había reunido bajo el mando de Vercingetorix en Alesia y
después de una batalla célebre los derrotó. Los romanos eran unos 45,000
hombres y los galos cerca de 300,000. Vercingetorix, vestido de gala, montado
en un caballo blanco, se presentó ante César, que luciendo la púrpura de
general y sentado en su silla curul, lo esperaba y aquel, deponiendo sus armas
ante el imperátor, se rindió. Toda la Galia quedó pacificada.
Nuestro personaje describió en un
libro memorable esta guerra: Comentarii de bello Gallico (Comentarios a la
guerra de las Galias) en donde no solo describe las batallas sino también la
geografía, las costumbres y el modo de vida de esos pueblos. Su elegancia y
concisión como escritor, fue y es muy alabada por los conocedores. Durante
muchos años, junto con los discursos de Cicerón, fue el libro que sirvió de
texto para el aprendizaje del latín.
Después de guerrear nueve años en
las Galias, de haber sometido a más de tres millones de hombres al imperio de
Roma y de agregar a su dominio un país inmenso y rico, César estaba maduro
mental y físicamente para llevar al cabo sus ideas de gobierno a la República
moribunda. Era, y el lo sabía y estaba convencido, de ser el hombre indicado
para ello. Su cultura y su inteligencia estaban tan por encima del resto de sus
conciudadanos que no había quién pudiera comparársele. Cicerón, que se sentía
inferior por ser un “hombre nuevo”, pugnaba por hacer persistir un sistema
inadecuado para gobernar un territorio tan enorme y complejo, pero su natural
pusilánime lo hacía dudar: por momentos se acercaba a César y luego,
pareciéndole que era infiel a sus convicciones, se afiliaba con los patricios
que tenían por líder a Pompeyo, que, después de la muerte de su esposa Julia
(que fue la hija única de César) se volvió contra el que había sido su aliado y
suegro.
(Se pregunta uno como siendo tan
pocos los soldados romanos que vencieron a hombres belicosos, más altos y
fuertes, acostumbrados a climas muy severos y mucho más numerosos y conocedores
del terreno que ellos; y quizás la explicación esté en su disciplina, en el
respeto a las leyes que desde Rómulo y Numa se habían dado. No fueron leyes
democráticas en el sentido actual del término, pues por muchos años los
cónsules y magistrados debían ser patricios, elegidos por el pueblo, sí, pero
patricios y con la aprobación de los “augures y arúspices”, que “consultando a
los dioses, debían estar de acuerdo.” Pasaron 386 años para que la ley Licinia,
que ordenaba que uno de los cónsules fuera plebeyo, se aprobara.
Sus leyes nacieron de sus creencias
religiosas: las más importantes eran las familiares pues creían que sus
antepasados eran sus deidades protectoras a las que debían rendir culto a
través de ritos antiquísimos tal que si no lo hacían les vendrían males
irreparables. Había para esas deidades un fuego en cada hogar que debían
conservar. Cada año el páter, que era el sacerdote familiar, seguido de su
familia y en procesión solemne alrededor de ese fuego, los reverenciaba,
les ofrecía agua, vino y tortas de harina y miel que se quemaban en el ara.
De ese fuego proviene la palabra
hogar.
Las leyes civiles o de la ciudad,
que también provenían de la religión, rendían culto a los dioses que rigen los
fenómenos naturales, Júpiter era el mayor, el más poderoso, el portador del
rayo, luego seguía Juno, su hermana y esposa que presidía y cuidaba la
familia y el matrimonio y después un sinfín de dioses menores. Cuidadosamente
cumplían los ritos que eran invariables, y los juramentos que se hacían en
nombre de ellos eran sagrados. Por ejemplo, antes de entrar en batalla, el
cónsul tenía que ofrecer el sacrificio propiciatorio y hasta después de ello
dar las órdenes, que eran ineludibles, so pena de la vida.
Un ejemplo: en guerra contra otro
pueblo itálico, el cónsul Tito Manlio Torcuato dio la orden de no atacar
al enemigo hasta que él diera la señal. Movido por su juventud y ardor, el hijo
del cónsul atacó al ejército contrario antes de la orden. Torcuato padre, lo
mandó matar por desobediencia, aun cuando el joven había triunfado. Esa era la
disciplina romana)
C O N T I N U A R Á