Continuación (Segunda parte de las mujeres del Quijote)

Vuelvo a insistir que es una temeridad de mi parte escribir este ensayo, pues no soy más que un diletante enamorado de este libro fundamental de nuestra lengua. Pero en palabras del mismo Cervantes, citadas por lo menos dos veces: “No hay libro malo que no contenga algo bueno”. ¿Qué puede haber de bueno en este pergeño? No sé: Quizás la esperanza de despertar en mis lectores el placer de leer el libro completo.

En la segunda parte del Quijote, aparecen menos mujeres, pues muchas de ellas son citadas en la primera. Empecemos por:

Al preparar Don Quijote su tercera salida, su sobrina y el ama, de quien ya hemos hablado, se dan cuenta de sus planes, pues un poco a la chita callando, Sancho visita a nuestro Hidalgo para afinar detalles, y las buenas mujeres con el grito en el cielo,  tratan de disuadirlo. En su testamento Don Quijote deja a   “Antonia Quijana, mi sobrina”,  “toda mi hacienda, a puerta cerrada”

Sancho por su parte habla con su mujer para comunicarle su intención y la buena de Teresa Panza (también la llama Cervantes Juana Gutiérrez, Mari Gutiérrez y Juana Panza y aun la nombra con su apellido de soltera: Teresa Cascajo) trata de impedírselo. En este capítulo no se nos dice nada de su edad ni de su complexión, sólo podemos deducir que es rústica y de edad cercana a los 40 años, pues  sus hijos Mari Sancha y Sancho ya son adolescentes. Pero en el capítulo L nos la describe de un poco “más de 40 años, fuerte, tiesa, nervuda y avellanada”.

El primer lugar que visitan nuestros personajes, es “la gran ciudad del Toboso” a la que llegan en la noche, para visitar a Dulcinea y buscando su palacio topan con la Iglesia del pueblo. (“Con la Iglesia hemos dado, Sancho”, exclama Don Quijote)** Como no había palacio alguno, pues es claro que no dan con él y salen del pueblo para regresar de día y visitar a Dulcinea. Sancho no sabe qué hacer, pues le mintió a Don Quijote, pues nunca llevó la carta que le había encomendado entregarle; pero su natural picardía lo saca adelante: ven venir a tres labradoras entre las que va Aldonza y Sancho les sale al paso y se hinca ante ellas diciéndole a Don Quijote que ella es su alteza Dulcinea. Don Quijote sorprendido, pues no ve sino a tres mujeres vulgares y malolientes, (aquí Cervantes dice de Dulcinea que es “no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata”, contradiciendo lo que dijo en la primera parte donde la describe como una “moza de buen parecer”) se siente defraudado, pero víctima de sus propios ensueños cree que un encantador enemigo suyo la ha hechizado y transformado y, emulando a Sancho, se hinca también ante ellas. 

** Este párrafo ha dado lugar a una interpretación errónea o por lo menos muy controversial, pues se ha querido ver en ella una alusión contra la Iglesia Católica. Al respecto voy a insertar una cita de los editores Sres. García Soriano y García Morales: “En esta frase de “”con la Iglesia hemos dado, Sancho””, se ha pretendido ver una encubierta ironía de Cervantes contra la Iglesia, que por asuntos meramente administrativos lo tuvo varias veces sujeto a excomunión”.  Además, el haber llegado de madrugada (“media noche era por filo” es el epígrafe de este capítulo IX), oyeron el ladrar de los perros, el mayar de los gatos y otros sonidos propios del amanecer, pero nunca dijo Don Quijote aquello de que “los perros ladran Sancho, señal de que caminamos”.   AGR 

Pasan varios episodios uno de ellos es el del caballero de los espejos, otro el de la carroza de la muerte, los leones (¡Leoncitos a mí, a mi leoncitos!) - etc. antes de encontrarse en la narración con Doña Cristina, esposa de Don Diego de Miranda, que es un hacendado rústico y rico lindando en los cincuenta años, y al que bautiza como el “caballero del verde gabán”. Tampoco nos describe físicamente a la dama y solo nos dice que es “comedida y bien criada”.

* (Es emotivo el comentario que hace Sancho de Don Quijote en el diálogo que tiene con Tomé Cecial - el escudero del Caballero de los Espejos – donde dice de su amo:no tiene nada de bellaco; antes tiene un alma como un cántaro; no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, no tiene malicia alguna; un niño le hará entender que es de noche en la mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño de dejarle, por más disparates que haga”) Y yo, AGR, digo: ¿Hay mejor elogio que éste?

Siguen camino y llegan a un pueblo en el que se va a celebrar una boda rumbosa: La de Quiteria que es muy rica, rubia, y bellísima y que por eso la llaman “Quiteria la hermosa, quien va a casarse con el rico Camacho. En la fiesta de bodas sale una comparsa de muchachas “que no pasan de dieciocho años y no bajan de catorce” y que por supuesto son rubias y bellas. Cuando aparece Quiteria muy ricamente vestida para los esponsales y la ve Sancho, exclama: “¡Oh hideputa, y qué cabellos; que si no son postizos, no los he visto más luengos ni más rubios en toda mi vida!”

* (Para Cervantes las muchachas bellas deben ser jovencitas y rubias “como el sol”. Recordemos que cuando escribió o por lo menos cuando se imprimió esta segunda parte, Cervantes tenía setenta años; vemos pues que sus gustos estéticos con respecto a la belleza femenina, no habían cambiado aunque ahora diríamos que son discriminadores, pues hay muchas mujeres morenas que son muy bellas y así mencionemos lo que dijo la Sulamita en El cantar de los cantares: “Morena soy pero bella ¡oh hijas de Jerusalén!”.

Es necesario anotar otra opinión de Cervantes acerca de la estética: Cuando Don Quijote desdeña a Altisidora, porque su amor solo pertenece a Dulcinea; Sancho se desespera y le reclama, pues él ve a la joven muchacha muy bella; y se extraña de que tal doncella se haya fijado en un hombre – Don quijote – tan feo, pues Sancho no ve en él sino “más cosas para espantar que para enamorar”, de tal manera  “que no sabe de qué se enamoró la pobre”; Don Quijote le responde: “Advierte Sancho, que hay dos maneras de hermosura: una,  del alma, y otra, del cuerpo; la del alma campea y se muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta hermosura y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con ventajas. Yo, Sancho, bien veo que nos soy hermoso; pero también conozco que no soy disforme; y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho)

Prosiguiendo su camino, se encuentran con maese Pedro y su célebre retablo (este Pedro no es otro que Ginés de Pasamonte, el galeote de la primera parte; y es oportuno comentar que este evento o fábula inspiró a Don Manuel de Falla una composición musical muy famosa “El retablo de maese Pedro”); luego sigue el episodio del descenso a la sima de Montesinos, pasaje que el mismo Cervantes califica de apócrifo, pues Don Quijote que es enemigo de la mentira, cuenta que vio entre otros personajes a Dulcinea que no aparecía bella y vestida como una princesa, sino ruda como la había visto en el Toboso, pues seguía encantada; lo que era una mentira palpable, que escandalizó incluso a Sancho. Todavía tuvo la puntada Don Quijote de decir que Dulcinea le había mandado pedir prestados seis reales, de lo que Sancho se rió abundantemente y dedujo que su amo estaba “loco de todo punto” – Pero aun así lo quería “como a las telas de su corazón”-

Después de este acontecimiento, se encuentran en “un verde prado” con una amazona muy bien vestida, que montaba una “hacanea blanquísima” e iba ataviada con un vestido verde que la hacía ver muy bizarra (acoto que uso bizarra en el sentido de garbosa y galana, y no en el de rara; galicismo que ahora se ha puesto de moda), porque además lucía una montera muy elegante, según aparece en un gravado que ilustra el hecho y como llevaba un azor en la mano izquierda coligió Don Quijote que debía ser una dama encumbrada.

Y sí lo era, pues era una duquesa que con su marido, el duque, habían salido de cacería. No sabemos su edad ni el color de su pelo pero Don Quijote la saluda como “digna señora de la hermosura”. En el palacio ducal, se encuentra Sancho con la dueña Doña Rodríguez, a la que la cata como en la cuarentena, lo cual toma la dueña muy a mal, pero corrige la duquesa a Sancho diciendo que la dueña es “muy moza”. Se aluden en la narración muchas mujeres jóvenes, que son criadas de la duquesa; y un poco después la dueña (tenía razón Sancho al calcularla cercana a los cuarenta, pues tiene una hija de diez y seis años y meses) dice: ¿Vee vuesa merced, señor don Quijote, la hermosura de mi señora la duquesa, aquella tez de rostro, que no parece sino de una espada acicalada y tersa, aquellas dos mejillas de leche y de carmín, que en la una tiene el sol y en la otra la luna, y aquella gallardía con que va pisando y aun despreciando el suelo, que no parece sino que va derramando salud donde pasa?

Por cierto que es de citarse una frase que Sancho dirigió a la duquesa: “Señora, donde hay música no puede haber cosa mala

Pasemos por alto los episodios de la Duquesa Trifaldi o Dueña Dolorida y el de Clavileño, para llegar al de la ínsula Barataria, que los Duques dieron a Sancho para que la  gobernara. Mientras viaja Sancho hacia su ínsula, llevando las recomendaciones de Don Quijote para un buen gobierno – Muy sabias y en donde campea el buen sentido – A nuestro caballero le ocurre el incidente de Altisidora, doncella de la duquesa, de la que no tenemos más noticia de que era joven y quizás hermosa y que requiebra con unos versos a Don quijote que queda pasmado, sin saber qué hacer, pues su corazón pertenece a Dulcinea

Estos lances entre Don Quijote, que ha quedado con los duques y Sancho en su ínsula, van alternándose y así en una ronda nocturna que hace Sancho con su maestresala y otras personas, sorprenden a dos mancebos, uno de ellos es una joven que va disfrazada de muchacho. De la chica sabemos que va ricamente vestida, que es hija de Don Diego de la Llana, que es un hidalgo principal, y que “Sancho quedó pasmado de la hermosura de la moza, cuya edad era de un poco más de diez y seis años”. Contra su costumbre no nos dice Cervantes nada del color de su pelo y en cambio, ensalza al joven que es su hermano, pues dice de sus cabellos, que eran sortijas de oro, según eran rubios y enrizados”. Y debe haber sido guapo el chico pues a Sancho le entraron “deseos y barruntos de casarlo con Sanchica, su hija”.

Como dijimos, la dueña Rodríguez de Grijalba tiene una hija que, según la madre, es muy hermosa y que fue burlada por un paje del Duque, quien para no cumplir con la palabra dada a la doncella, huye hacia Flandes. La dueña pide ayuda a Don Quijote y él se la promete. Va pues a batirse a duelo con otro criado que el Duque ha nombrado en lugar del burlador. Se “parte el campo”, los dos duelistas están listos, pero al ver Tosilos (así se llama el criado del Duque) a la muchacha, renuncia al duelo y pide casarse con ella. No sabemos el nombre de esta chica pero por el hecho de pedirla en matrimonio Tosilos, colegimos que debe ser muy bella, tal como dice la Dueña, su madre.

Salen Don Quijote y Sancho, después de muchos despidos, del castillo de los Duques, para dirigirse a Zaragoza donde van a unas justas muy famosas y en el camino se encuentran con dos jovencitas que están colocando unas redes para atrapar parajillos. ¿Cómo son ellas?; adivinaron mis pocos lectores: tienen de quince a  dieciocho años y son hermosas y rubias como el sol. Son invitados nuestros aventureros a la fiesta que están preparando las bellas, pero ellos  rehusan la invitación porque tienen prisa de llegar a su destino. Descansan durante el viaje en una venta donde escuchan que se ha publicado un libro con sus aventuras, pero no es de Cide Hamete (que fue el escritor que según Cervantes relata la verdadera historia de Don Quijote) sino el apócrifo de Avellaneda, quien dice que los viajeros se dirigen a Zaragoza a unas famosas justas.  Para hacer patente la falsedad de tal libro y desmentirlo, Don Quijote decide dirigirse a Barcelona y no pasar por Zaragoza. * 

(* Nota: Parece que a Cervantes le disgustó mucho la aparición de este libro, pues en los catorce capítulos faltantes no deja de hacer alusiones mordaces sobre este falso Quijote)

Salieron pues hacia Barcelona y en el camino se encontraron de súbito con unos bandidos mandados por el famoso Roque Guinart, quien los desarma y apresa. Está Don Quijote en aclaraciones con Roque sobre quienes son unos y otros cuando aparece montada en un brioso corcel Claudia Jerónima, bella muchacha que pide la ayuda de Roque, pues a causa de una falsa noticia, pues le cuentan que su amante va a casarse con otra mujer, disparó contra su novio hasta cuatro veces y una vez que supo la verdad, pesarosa trata de resarcir el error. Por desgracia cuando Claudia y Roque dan con el muchacho, este agoniza de los balazos y poco después muere en brazos de la desesperada muchacha;y este fin tuvieron los amores de Claudia Jerónima. Pero, ¿qué mucho, si tejieron la trama de su lamentable historia las fuerzas invencibles y rigurosas de los celos?

La muerte del joven y la mala suerte de la muchacha “le pesó en estremo a Sancho, que no le había parecido mal la belleza, desenvoltura y brío de la moza”.

Regresa Roque a su “cuartel” y se encuentra con que su gente ha apresado a unos viajeros, soldados de infantería española que llevan a Doña Guiomar de Quiñones  a Nápoles, pues ella es la mujer del “regente de la Vicaría de Nápoles”. Roque trata muy bien tanto a los viajeros como a Don Quijote y Sancho a quienes  recomienda con sus amigos, que le hacen un recibimiento muy efusivo en Barcelona (de Doña Guiomar no sabemos más). En esa ciudad fueron recibidos por Don Antonio Moreno, persona muy importante quien los alojó en su casa donde fueron agasajados por la esposa de Don Antonio que en compañía de otras amigas le organizaron una fiesta y tanta fue la insistencia de ellas para que el hidalgo bailara, que este aceptó, de lo que quedó tan molido que se sentó en el suelo, negándose a seguir con el baile. De estas damas solo sabemos lo que tenemos escrito. Suponemos que son mayores de treinta años y que quizá por ello Cervantes no se interesa mucho en describirlas, únicamente de la mujer de Don Antonio dice: “que era una señora principal y alegre, hermosa y discreta”

Solo nos falta reseñar a la morisca Ana Félix, hija de Ricote el moro que se encontró con Sancho cuando aquel viajaba hacia Alemania, pues fue desterrado por el edicto de Felipe II. Como Ana estaba disfrazada de hombre el virrey  “viéndole tan hermoso, y tan gallardo, y tan humilde, dándole en aquel instante una carta de recomendación su hermosura, le vino deseo de escusar su muerte”, pues venía en un barco moro con gente que en una escaramuza con los barcos españoles dieron muerte a dos soldados. Así mismo le cuenta Ana al virrey que trae a un español disfrazado de mujer:porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer, por bellísima que sea”    

Así damos fin a la descripción sucinta de las mujeres de la segunda parte del Quijote, pues en los siguientes capítulos, trata de su vencimiento por El caballero de la Blanca Luna - que lo obliga a regresar a su casa - el regreso del héroe a esta, y su muerte. Es menester decir que tanto el Caballero de los Espejos, como el de La Blanca Luna, no son otro que el Bachiller Sansón Carrasco, que tiene un rol muy importante en esta memorable historia.

 

 

Algunos comentarios míos:

Hay una frase enigmática que repite Cervantes unas dos o tres veces hablando de la gente pobre pero honrada:El pobre honrado (si es que puede ser honrado el pobre)”

Y yo no sé cómo interpretarla: ¿disculpa Cervantes a los pobres de su falta de honradez, por ser pobres? o ¿Quizá recuerde que fue acusado de malversación y piense que lo fue por ser pobre? Pueda ser que solo Don Américo Castro o el Sr. Rodríguez Marín – ilustres cervantistas - lo haya sabido.

También me resulta incomprensible la candidez o ¿sandez? de Don Quijote en tres pasajes: El mono adivinador de Maese Pedro, el del vuelo en Clavileño que hace junto con Sancho en el castillo de los duques y la cabeza parlante y decidora de la suerte de Don Antonio Moreno, que son tan inocentes que no se comprende como un hombre tan leído como Don Quijote, pueda creer y aceptar, aun estando loco.

Creo que se debe mencionar que sorprende y aun maravilla que una obra tan larga y valiosa, pueda leerse tan fácilmente; pues usa nuestro autor palabras comunes y corrientes y es tan amena, galana y sencilla en su composición (¿o deberé decir sintaxis?) que alguien que tenga los conocimientos de un estudiante de secundaria, puede entenderla y disfrutarla a pesar de haber sido escrita hace más de cuatrocientos años.

Me parece que vale la pena citar algunos refranes que pone Cervantes en boca de Sancho y de Don Quijote y que actualmente siguen vivos:

Pedirle peras al olmo (No ha cambiado)

Dormir a pierna tendida. Ahora decimos: Dormir a pierna suelta

Los duelos con pan son menos. Ahora: Las penas con pan son menos

Este es mi gallo. Sin cambio

La codicia rompe el saco. Sin cambio

Al buen pagador no le duelen prendas. Sin cambio

A Dios rogando y con el mazo dando. No hay cambio

Más vale un toma que dos te daré. Aquí: Vale más pájaro en mano que ciento volando

Ir por lana y salir trasquilado. Sin cambio

Tanto vales cuanto tienes. Aquí: Tanto tienes, tanto vales

Quién te cubre, te descubre. No hay equivalente, pero no necesita explicación

Donde no piensan, salta la liebre. Y ahora: Donde menos se piensa salta la liebre

Buscar tres pies al gato. Sin cambio

Todas las cosas tienen remedio, menos la muerte. Sin cambio 

La mejor salsa del mundo es el hambre. No hay equivalente

Allá van leyes do quieren reyes. No hay equivalente, pero va muy bien con nuestros gobernantes, que interpretan las leyes a su conveniencia y antojo

Quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda. No tenemos aquí algo similar

 

También usa la palabra “ladino” para nombrar a la persona que hablaba español y árabe y que aquí la usamos para llamar a alguien que es taimado o cazurro. Además no sé bien a bien si fue Cervantes el que empezó a usar haya en lugar de haiga, forma, la primera, que se volvió de uso común entre la gente culta y que tuvo buena aceptación, no así oyo en lugar de oigo y trayo en lugar de traigo, que también usó Cervantes, pero que no “pegaron”.

 

Vuelvo a repetir que las frases escritas en letra bastardilla, son citas textuales.

 

Y como ya se alargó un poco más de la cuenta este ensayito, con esto le doy  FIN

 

                                                    Américo García Rodríguez    2009